EL SACERDOCIO, NOS LIBERA
Nos perdemos de muchas cosas por no conocer la Verdad.
Lo mejor que he podido hacer en mí vida, es reconocer que soy nada y por más que brille solo soy dorado y no oro; por eso lo más inteligente y eficaz ha sido entregar mi vida a Dios.
Cada acto que logré hacer, estuve llamando la atención, procurando destacar aunque fuera por el mal camino, pues tengo que reconocer el vacío que tenía, la necesidad profunda del abrazo del Padre, por sentir su amor y poder estar en medio de su presencia para ser sano de todas las heridas en mí.
La capacidad de ser sacerdote fue dada a cada ser humano, teniendo en cuenta que fue dada a las mujeres y desde luego a los hombres, esto no es exclusivo de un país o nación (me refiero para aquellos que aún consideran que los israelitas y la tribu de Aarón tienen este derecho exclusivo). Cristo nos entregó el sacerdocio y nos enseñó a como por medio de él, se puede vivir el cielo en la tierra, para sanar nuestra vida, como para ser de ejemplo a los demás y que estos también puedan llegar a sus píes.
Es por eso que puedo decir totalmente convencido que la tierra prometida, la cual se puede leer metafóricamente en el Antiguo Testamento es para nosotros, si entendemos la manera de llegar a allí, haciendo hincapié que este no es un destino exclusivo de los hombres, sino también de las mujeres, pero comprendiendo a su vez, ellas lo anhelan tanto que sí el hombre no avanza y progresa, ellas tomarán las riendas y lo harán muy bien.
Cuando yo asumo mi rol sacerdotal en la familia, todos en casa están descansados y liberados de las tensiones espirituales o del alma diariamente, pues permito que sea Dios quien ministre incluso nuestros sueños al reclamar las promesas dadas para nosotros por medio de su palabra:
Salmo 32:7 NBL
Pero además contamos con esta hermosa palabra:
“Tú me has dado también el escudo de Tu salvación; Tu diestra me sostiene, Y Tu benevolencia me engrandece. Ensanchas mis pasos debajo de mí, Y mis pies no han resbalado”.
Salmo 18:35-36 NBL
Y para rematar la faena, también en los Salmos está:
“Pero yo cantaré de Tu poder; Sí, gozoso cantaré por la mañana Tu misericordia; Porque Tú has sido mi baluarte Y refugio en el día de mi angustia. Oh fortaleza mía, a Ti cantaré alabanzas; Porque mi baluarte es Dios, el Dios que me muestra misericordia”.
Salmo 59:16-17 NBL
Y es que existe una gran diferencia entre leer la Biblia y vivirla. Es tan grande el abismo entre leer la palabra de Dios, analizarla y asumirla que nos quedamos cortos al intentarlo, porque una cosa es creer en Dios y otra muy diferente es creerle a Dios todo lo que el nos dejó por escrito.
Por eso solo la Mente de Cristo activada en nosotros, nos revela grandes cosas y ocultas dentro de la misma escritura, que Dios desea que aprendamos y manifestemos, en beneficio propio y así ser luz a los demás que no están gozando del privilegio de ser Hijos de Dios.
Cuando estamos hablando del carácter del sacerdote tenemos que tener en cuenta lo duro, decisivo y valeroso que se tiene que ser para tomar cada una de las promesas y guardarlas en nuestro corazón y así llevar el Reino de justicia de Dios a nuestras vidas y a la sociedad. Al hablar del carácter sacerdotal vamos a tener presente que se requiere hombría, honradez, veracidad, humildad, valor, gracia, para que actúen correctamente en nosotros y provocar ese cambio personal y colectivo que se está pidiendo a gritos.
“Cuando Moisés los envió a reconocer la tierra de Canaán, les dijo: «Suban allá, al Neguev; después suban a la región montañosa. Vean cómo es la tierra, y si la gente que habita en ella es fuerte o débil, si son pocos o muchos; y cómo es la tierra en que viven, si es buena o mala; y cómo son las ciudades en que habitan, si son como campamentos abiertos o con fortificaciones; y cómo es el terreno, si fértil o estéril. ¿Hay allí árboles o no? Procuren obtener algo del fruto de la tierra». Aquel tiempo era el tiempo de las primeras uvas maduras. Y volvieron de reconocer la tierra después de cuarenta días, y fueron y se presentaron a Moisés, a Aarón, y a toda la congregación de los israelitas en el desierto de Parán, en Cades; y les dieron un informe a ellos y a toda la congregación, y les enseñaron el fruto de la tierra. Y le contaron a Moisés, y le dijeron: «Fuimos a la tierra adonde nos enviaste; ciertamente mana leche y miel, y este es el fruto de ella. Solo que es fuerte el pueblo que habita en la tierra, y las ciudades, fortificadas y muy grandes; y además vimos allí a los descendientes de Anac. Entonces Caleb calmó al pueblo delante de Moisés, y dijo: «Debemos ciertamente subir y tomar posesión de ella, porque sin duda la conquistaremos». Pero los hombres que habían subido con él dijeron: «No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros». Y dieron un mal informe a los israelitas de la tierra que habían reconocido, diciendo: «La tierra por la que hemos ido para reconocerla es una tierra que devora a sus habitantes, y toda la gente que vimos en ella son hombres de gran estatura. Vimos allí también a los gigantes (los hijos de Anac son parte de la raza de los gigantes); y a nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante sus ojos»”.
Números 13:17-20, 25-28, 30-33 NBL
Por varias razones, el pueblo de Israel perdió el sacerdocio y la bendición de ser luz y guía para las naciones, pero hoy deseo aclarar que una de ellas fue la imposibilidad de creerle a Dios todas sus promesas y le creyeron los comentarios a unos cobardes insensibles que fueron enviados como espías, pero dentro de sus corazones ennegrecidos no habían conocido la verdad de Dios, por no ser cercanos a él y desear entrañar todo lo anteriormente ocurrido en el desierto y la liberación de Egipto.
Es decir, ellos igual que nosotros, no tuvieron fe y nos gusta vivir en la esclavitud y pereza, tanto física como espiritual. Dios en su momento escuchó el clamor del pueblo de Israel al estar esclavo en Egipto, pudo ver que eran seres inferiores, indignos e inseguros, siendo esto fuera de los planes del diseño general de Dios, pero este mismo sentir es el que manifestaron al tener que entrar a la tierra prometida, inferiores, indignos e inseguros, por eso no accederían a la tierra ya dada o otorgada por Dios.
Tenemos que morir a nuestra vieja imagen de nosotros, del mundo y del adversario, renovando todos estos pensamientos por la Mente de Cristo que ya está en nosotros. Siendo hombres y mujeres sacerdotales, conforme al modelo que nos dio Cristo.
¿Qué estás esperando para renovar tu mente?
¿Qué es lo que te impide entrar en la tierra prometida?
¿Quién gobierna tus pensamientos?
En esta enseñanza hablaré de la hombría como un estado sacerdotal en desuso que tenemos que recuperar tanto los hombres como las mujeres, tomando los ejemplos bíblicos. Sí te gusto este escrito y quieres leerlo completo, entra en la web y lee otros estudios allí publicados, compártelo y suscríbete:
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Dios te bendiga y traiga revelación a tú vida de la Mente de Cristo que ya está en ti.
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