SEAMOS COMO NIÑOS
Los inocentes no necesitan explicarse.
AL pensar en los niños lo primero que se nos viene
a la mente es su mundo infantil, inocente y lleno de fantasías. También solemos
recordar toda nuestra vida el hecho que nuestros papás nos tomarán en sus
brazos y nos alzaran, tanto es así que, cuando tenemos la oportunidad de ser papás,
nos encanta cargar a nuestros hijos, emulando todo aquello que previamente
hicieron con nosotros. Recordemos esas caminatas que hacíamos de niños y ya
agitados, corríamos a los brazos de papá y él terminaba el recorrido cargándonos,
ya sea en los hombros, en los brazos, en la espalda o como en el caso mío, mi
hermanita Aleida y yo, nos subíamos a las piernas de mi papá y él caminaba arrastrándonos.
De igual manera, en el reino de Dios, tenemos que aprender a confiar en Dios. Deberíamos
aprovechar la oportunidad diaria de acercarnos a Su presencia y descargar todas
nuestras cargas y preocupaciones, él no nos dejará solos, mucho menos nos
rechazará y de esta manera, seremos felices y comunicaremos el mensaje del
reino de Cristo con más seguridad y libertad.
“Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos,
les dijo:”
Marcos 9. 36 RV60
Son muchos los pasajes bíblicos que nos alientan a
tener una vida inocente delante de Dios, tanto en el AT como en el NT. La RAE
nos dice: la inocencia como adjetivo es estar libre de culpa, también que no
hace daño y que no es nocivo. Por lo tanto, ser inocentes delante de Dios es
estar libres de culpas, no porque somos tan puros que no pecamos, sino porque
cuando lo hacemos, inmediatamente vamos corriendo delante de su presencia y confesamos
nuestros pecados y le pedimos que nos ayude hacer, tal como lo fue su Hijo
Jesús de Nazareth. Por otra parte, al tener el poder de su Espíritu Santo,
actuando en nosotros con la autoridad dada por Cristo, no hacemos daño a nadie,
en todo caso, siendo guiados por el poderoso Espíritu de Dios, nos damos a los demás
en servicio, demostrando a Cristo vivo en cada uno de nuestros actos.
“El que reciba en mi nombre a un niño como este,
me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me
envió.”
Marcos 9. 37 RV60
La procesión de nuestra fe consiste en dar y recibir.
Nosotros hemos recibido del Cielo la bendición de ser salvos por medio de
Jesucristo. En consecuencia de ello, recibimos al Padre Celestial. De la misma
manera que nosotros hemos recibido y alguien nos acercó a Cristo, a nosotros
nos toca presentar a Jesucristo al mundo entero…no desperdiciemos la oportunidad
de ser inocentes delante de Dios, de recibir la mismísima bendición del Padre y
de compartir el Evangelio de Cristo entre nuestros familiares, amigos y vecinos.
Extendamos el reino de Cristo.
Dios te bendiga.
SEAMOS COMO NIÑOS
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